Días antes de iniciar la cuarentena decidí hacer un ajuste a mi trabajo en 121 sin saber que vendrían muchos más. Básicamente un cambio que me saque del pegajoso micromanaging, ese que te llena de tareas y reuniones que te dan una falsa sensación de productividad.
En un esfuerzo minimalista acomodé mis cachivaches en mi pequeña cajonera blanca, de esas que parecen un R2D2, y la mudé al segundo piso para trabajar con más claridad. Lamentablemente, antes de que llegue el lunes, el presidente Vizcarra nos vacunó con la noticia y mi plan tomó un giro inesperado.
El “cambio de temperatura” nos hizo reaccionar en tiempo récord. Llevamos las computadoras a la casa de cada uno y empezamos a trabajar de forma remota. De la noche a la mañana estábamos sacando el trabajo de siempre, pimponeando en línea, armando presentaciones, grabando, editando, moderando en redes y programando. Licitamos 4 veces y ganamos 3.
Aunque en tiempos de COVID esto puede considerarse un éxito, la pregunta incómoda queda flotando: ¿No seguiremos como la rana dentro de la olla? ¿No es esta la oportunidad de saltar y alejarnos de la placidez del aguan calentándose lentamente?
Las agencias podemos ser como esas cajoneras en las que guardamos cosas del pasado y convivimos con ellas sin incomodarnos. Antiguos modelos de gestión, procesos de trabajo lineales o dogmas creativos, son una gran resistencia para el cambio.
Nada más ver que el conocimiento más profundo del comportamiento humano se lo pelean las redes sociales con los neurocientíficos, que los procesos y tiempos de respuesta más ágiles los tienen las startups o que el contenido más compartido lo produce la gente misma, nos deja pensando que una agencia con capacidades remotas es tan solo un pedacito de la fórmula para dar el verdadero salto antes de que el caldo esté listo.
me funciono bastante…….