Era 2018, en una vibrante charla con Jorge Lozano en una acogedora cafetería limeña, el anhelo de forjar tecnología en nuestra tierra natal germinó. Hartos de solo consumir, ambos anhelábamos transformar Perú en un epicentro minero tecnológico. Así comenzó nuestra odisea, reuniéndonos dos veces por semana para moldear nuestras audaces ideas. Pronto comprendimos que requeríamos una variedad de talentos tecnológicos: programadores, científicos de datos, diseñadores y más. No tardamos en establecer conexiones con estos perfiles, uniendo fuerzas para materializar nuestro sueño. A paso seguro, nos aventuramos a compartir nuestra visión de negocio con varios profesionales.
– *Carlitos*, el primero en escena, mantuvo numerosos encuentros con nosotros. En la cúspide de la discusión sobre la participación accionaria, reveló poseer una incipiente empresa tecnológica. Pero tras un rápido análisis, descubrimos que apenas tenía dos semanas de existencia, lo que desenmascaró su falta de franqueza y leal compromiso. Rechazamos su participación por su falta de transparencia.
– *Pedrito*, el segundo prospecto, un destacado gerente de una mina chilena, abrazó nuestra visión con entusiasmo. No obstante, el temor a invertir en una disruptiva empresa minera le contuvo, dudando de su viabilidad en un sector arraigado en tradiciones.
– *Juancito*, el tercero en la ecuación, un prominente empresario e inversor peruano, sugería evadir impuestos en nuestra alianza empresarial. Mi desacuerdo con tal enfoque desencadenó su descontento.
Mientras los meses fluían, la ansiedad crecía. Jorge Lozano y yo anhelábamos un socio experimentado y ético. Mientras tanto, nuestro software minero se cocía en el crisol de la creatividad. Un año después, la memoria de Jorge Lozano rescató el nombre de un antiguo compañero universitario, y así dimos la bienvenida a nuestro compañero fundador. Juntos erigimos la estructura de la compañía y esbozamos sus objetivos.
Con el socio elegido, el dilema de las acciones afloró. Dado que aportábamos el 100% del capital, modelo de negocio y espacio físico, el cómo dividir las acciones planteó un enigma. Sabíamos que, para atraer, debíamos ceder; no obstante, fijar la cantidad exacta implicaba ponderar el inmenso valor de los conocimientos técnicos. Tras un arduo consenso, optamos por confiar en la transparencia y omitir cláusulas para situaciones hipotéticas de desvinculación.
La designación del CEO emergió como otro desafío, resuelto en un tríptico consensuado. Asumí la responsabilidad, sin advertir la travesía que aguardaba. Y así, desde el día siguiente, me sumergí en una vorágine de preparación:
– Definir la estrategia y visión empresarial.
– Liderazgo y forja de equipos.
– Construcción de relaciones empresariales estratégicas.
– Estrategias de mercadotecnia.
– Capitalización para startups.
– Participación en el ecosistema tecnológico e innovador.
– Establecimiento de la marca a nivel global.
– Aprender de mujeres tecnólogas a través de WOMEN IN TECH ® Global
Esta formación rigurosa marcó el comienzo de mi travesía, convirtiéndome, sin saberlo, en la primera CEO femenina de una #MiningTech en LATAM. A los 29 años, incursionaba en un universo desconocido. Simultáneamente, Jorge Lozano se encargaba del producto y las finanzas, mientras nuestro tercer socio lideraba el equipo de desarrollo. Concebíamos que con este trío ascenderíamos a las estrellas, mas los desafíos acechaban, historia que relataré en otro pasaje.
Este relato revela mi trayecto para hallar un compañero, un desafío que combina integridad y habilidades. Puede requerir meses o años encontrar esa alianza dorada, cuyo éxito o fracaso se entrelaza con el tuyo. Emprender implica superar obstáculos, pero rodearte de socios estratégicos: abogados, contadores y financieros, protegerá tu visión.
Agradezco por crecer en juntos, persistamos emprendiendo con un propósito ardiente.