Una cinta rosada en el pecho de cualquiera.
Un día elegido, un mes completo también. Igual, me sabe a poco.
Las campañas de concientización siempre están ahí, dando vueltas, entrando y saliendo, confundidas entre el bombardeo de ofertas, lanzamientos de equipos, planes celulares y madres gratificadas dando a los chicos tallarines con calcio.
Alguien, alguna vez, en algún lugar, pensó que una cinta en forma de rulo agarrada con un alfiler en la ropa de la gente podría ayudar a recordar, a despertar, a gritar, a protestar.
¡Algún publicista pensó también que había que hacer algo sobre el tema y ayudar a estas cintas a ser más visibles y lo logró y se le unieron las marcas y cientos de miles de otros publicistas y qué bueno! Esta profesión, cuando se ejerce sin oportunismo, es realmente hermosa.
Les debo un artículo sobre el trampolín que las campañas sociales resultan ser para catapultar a creativos y agencias. Tengo un tintero rebalsado de ideas sobre el tema. Y otro repleto de críticas.
Pero volvamos a lo que nos convoca: En solo un par de días los mensajes de prevención del cáncer de mama dejarán de dar vueltas en los medios, la gente sacará el rulito rosa de su perfil de Facebook, la imagen posteada alusiva al tema en Instagram se perderá con la siguiente foto y se irá el enorme dummie de cinta en la fachada de los centros comerciales. Se acabó por este año, qué pase la siguiente cinta (hay más de 25 colores que aluden a la misma cantidad de problemáticas).
No suele ser el espíritu de mi columna (a la que yo misma califico a veces como “lírica”) pero hoy, que ya faltan horas para que la cinta rosa sea olvidada hasta el próximo octubre, levanto la voz para decir que el solo hecho que haya solo un día dedicado a concientizar sobre lo que sea, es paupérrimo, y que lo alarguen a un mes (qué gran derroche de generosidad!) es ridículo.
Estas son las campañas que deben ganar en segundos de exposición más que en premios a la creatividad, bueno ya, que ganen en las dos cosas.
Insistir en prevenir es un trabajo de cada día, de cada hora, de cada boca, de cada cabeza, de cada comunicador.
No son estas campañas, son estos mensajes los que están en la obligación de perpetuarse, más que cualquier otro, por encima del ego de los que no se dan cuenta que están, desde su lugar, para ayudar a salvar vidas y no para poner una premio en su repisa.