Como consumidores nos gusta sentirnos protagonistas y ser conscientes de que tomamos las mejores decisiones. Por ejemplo, adelantarse en la reserva o compra para un evento o para disfrutar de un espectáculo supone tener el control de la situación y asegurar la posibilidad de asistir, cosa que quizás muchas otras personas no, porque se hayan quedado sin oportunidad, sin opción porque está completo, etc.
Por otro lado, cada vez estamos más expuestos a los mensajes de urgencia e inmediatez que las marcas lanzan en sus diferentes canales, sobre todo en plataformas como redes sociales las cuales consiguen establecer una presión muy alta en las decisiones de compra, a menudo adelantando ese momento de la verdad a espacios temporales muy tempranos. El beneficio de optar a un mejor precio, asegurarse una plaza, ser envidiado por otros que se queden fuera, etc. son situaciones muy atractivas para nuestro ego.
La psicología del consumidor
Somos seres que sentimos la necesidad de pertenecer al grupo, no nos gusta sentirnos excluidos ni alejados. El miedo a perdernos algo trasciende el hecho en sí del acto perdido, si no que va más allá de sentirnos excluidos de poder compartir socialmente algo que mi círculo sí puede. Además, todo aquello que se rodea de prohibición, exclusividad, escasez o urgencia atraerá poderosamente la atención del usuario.
El miedo es clave en todo esto. Es una de las estrategias emocionales más destacadas y singulares a la hora de generar expectación en el entorno. Esto, junto a la presión de grupo que todos vivimos a través de las redes sociales, consigue que el deseo por algo se dispare a niveles desorbitados, aunque estemos hablando de algo tan irracional como unas zapatillas con el logo y los colores de Lidl, como hemos vivido recientemente. Queremos sentirnos integrados y partícipes, por lo que si algo escasea y la mecha está prendida y corre en mi contra, haré todo lo que sea necesario para conseguirlo. Esa es la premisa.
Es cierto que el consumidor está hiperestimulado con cientos de mensajes que le incitan al consumo y a la vivencia de momentos que pueden ser inolvidables. Esto hace que podamos distinguir cierta obsesión por hacer cosas en general, algo que a nivel profesional se viene dando desde hace un tiempo y que ahora podemos observar su traspaso hacia el entorno del ocio. Esa planificación excesiva no deja espacio para la improvisación y por consiguiente, hacia la espontaneidad de tener vivencias propias y únicas. Por ejemplo, en el entorno del turismo y los viajes se observa una alta presión por visitar y hacer check en la lista de sitios y lugares que son tendencia en la red social, en lugar de descubrir, fluir y vivir la experiencia.
La improvisación vs. la planificación
Es cierto que, tradicionalmente, hay culturas que tienen un comportamiento mucho más ordenado, planificado y estipulado que la nuestra o la latina en general. Sin embargo, la capilarización de la globalización termina llegando a todos los rincones, es decir, a nuestra cultura también llega este impacto de la urgencia y la inmediatez a través de las redes sociales y a los mensajes que recibimos. Seguramente hemos tardado mas en caer en esta dinámica que otros, pero terminamos por entrar en el juego, sobre todo el público más joven que convive mucho más con la red social y además está en plena formación de su personalidad y forma de ser.
La pregunta que nos queda es qué pasará en un tiempo. Quizás sigamos profundizando en esta espiral de ser protagonistas, no perdernos nada… o por el contrario nos cansaremos de ello y volveremos a regularnos hacia un equilibrio más razonable. Yo me decanto más por esto último, además, hoy leía un artículo que apuntaba los comentarios de diferentes médicos y sus cuadros de pacientes que acudían a las consultas por “cansancio”, donde la mayoría de ellos no apuntaban ni mostraban síntomas identificables en analíticas y pruebas, por lo que apuntan hacia características psicológicas.
El enfoque «clandestino»
Empezó en EE.UU. con restaurantes que no todo el mundo sabía dónde estaban y que aparentemente sus fachadas eran o son verdaderos trampantojos y ahora lo podemos ver en muchos otros enfoques. Por ejemplo, quedadas secretas y privadas para hacer fitness como plantean desde Clandestine Mood y muchos otros que juegan con esa incertidumbre, exclusividad y por supuesto clandestinidad para elevar el deseo de no perdérselo.
Un ejemplo que siempre va conmigo es el caso de “el libro que no puede esperar”. Una edición especial que editó la editorial argentina Eterna Cadencia donde vendía el libro envasado al vacío porque cuando se abría y la tinta con la que estaba impreso entraba en contacto con el aire empezaba a evaporarse, hasta que en 60 días se borraba por completo. Pura urgencia y miedo por no saber cómo acaba el libro. El objetivo era estimular y potenciar la lectura en la sociedad.
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