Esta columna va dedicada a todas aquellas personas que comienzan un nuevo capítulo en su vida y que, como yo, están sintiendo esos nervios que te recuerdan que estás vivo y en movimiento.
Pienso en todo esto mientras voy hacia la universidad. Aquí estoy, subido en un autobús madrileño, disfrutando del vaivén, observando a las personas, sintiendo el movimiento de la ciudad. La verdad es que me encanta no conducir, el transporte público es muy bueno aquí. Este desplazamiento me recuerda que la vida está llena de pequeños detalles que muchas veces pasamos por alto.
A propósito de eso, quiero compartir algo personal, algo que quizás nunca pensé volver a sentir: muchos nervios. Sí, esos nervios que hace tiempo parecían cosa del pasado han vuelto a aparecer en mi vida, esta vez, al comenzar el primer día del Máster en Dirección de la Comunicación y Asuntos Públicos en la Universidad Europea.
Creo que he descubierto la fuente de la juventud, mi propia fuente de la juventud. No es una poción mágica, ni un elixir oculto. Es, simplemente, aprender. Porque aprender es enfrentarme a cosas nuevas, a desafíos que me sacan de la zona de confort de los 40, y me obligan a dejar atrás creencias limitantes, prejuicios, y conceptos que me mantenían muy cómodo y relajado.
Cada vez que aprendo, que me expongo a algo diferente, rejuvenezco, porque vuelvo a sentir esa energía, esa chispa que nos hace humanos. Sentir nervios es una de esas señales de que estamos vivos, de que estamos en un camino.
Lo interesante es que, a medida que maduramos, tendemos a evitar situaciones que nos generen nervios o incomodidad, porque nos hacen sentir vulnerables. Pero la verdad es que, cuando dejamos de sentir esas mariposas en el estómago, es cuando comenzamos a estancarnos.
Qué curioso, pienso, en los últimos 15 años he dado conferencias, brindado entrevistas a medios de comunicación y hablando frente varios salones de clases de universidades e institutos. He viajado por el mundo con la tuna, interpretando música ante públicos diversos como el Papa Francisco o en el Estadio Nacional, y aun así, aquí estoy, sintiendo esos nervios nuevamente. Y me doy cuenta de que son los mismos nervios que sentía antes de subirme al escenario o dar una conferencia. Esos nervios que siempre me han acompañado, y que hoy vuelven a aparecer, esta vez al enfrentar un nuevo reto académico.
Iniciar esta maestría me ha recordado lo importante que es nunca dejar de aprender. No solo porque nos obliga a cuestionar lo que damos por sentado, sino porque nos mantiene frescos, con una visión renovada de la vida. Es fácil caer en la rutina, en pensar que ya lo sabemos todo o que ya hemos alcanzado nuestras metas. Pero la realidad es que siempre hay algo nuevo por descubrir, algo que puede sacudirnos y despertarnos de ese confort en el que a veces caemos. Este inicio me está haciendo cosquillear el estómago de nuevo y miro al futuro con una esperanza renovada, con la emoción de lo desconocido.
Para mí, este nuevo reto trata de adquirir nuevos conocimientos y de aprender a ver las cosas con una perspectiva diferente. La juventud, he descubierto, no está en la edad, sino en la capacidad de seguir exponiéndose a nuevas experiencias, a sentir esos nervios y a mirar hacia adelante con la curiosidad intacta.
Espero que esta columna te sirva para conectar con nuevas experiencias y mirar al futuro con entusiasmo. ¡Hasta luego!
Cierto, muy cierto. Nunca hay que dejar de aprender.
Sabia reflexión de alguien que siempre tuvo una mirada clara y esperanzadora sobre nuestro paso por esta dimensión. Mis mejores augurios en esta nueva etapa de su vida.