Por: Eduardo Venegas, gerente corporativo de Comunicación y Sostenibilidad de ISM
Cada 16 de abril celebramos el Día Mundial del Emprendimiento. Un día que no solo reconoce la valentía de quienes apuestan por construir sueños, sino que también nos invita a reflexionar sobre el profundo impacto que tienen en la economía, la innovación y, sobre todo, en la cultura empresarial del futuro.
En el Perú, según el Ministerio de la Producción, existen más de 3.27 millones de emprendedores liderando una empresa, y solo en el primer trimestre del 2024, más de 71,70 nuevas empresas fueron creadas en el país, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI). Pero en un mundo donde los cambios son cada vez más rápidos y profundos, no basta con tener iniciativa. El verdadero desafío es construir organizaciones resilientes, capaces de mantener su propósito y esencia mientras se adaptan al vértigo de los mercados globales.
Desde la comunicación estratégica, este fenómeno adquiere una dimensión aún más poderosa. Hoy, construir una marca significa mucho más que diseñar un logo atractivo o lanzar una campaña exitosa. Significa transmitir una historia coherente, un propósito genuino, una promesa de valor que no solo sea entendida, sino vivida por los diferentes grupos de interés.
El espíritu emprendedor, esa fuerza casi indomable para levantarse ante las caídas, es, en el fondo, la misma resiliencia que necesitan las marcas para construir confianza y relevancia. Y sabemos que la confianza es un activo crítico: según KPMG, las organizaciones que generan confianza multiplican por cuatro su valor, y aquellas respaldadas por una sólida reputación incrementan en un 7 % su valor a largo plazo.
En este contexto, la comunicación se posiciona como un eje estratégico desde el inicio del emprendimiento. Las marcas que logran consolidarse son aquellas que comunican no solo lo que venden, sino por qué existen. Que se esfuerzan en construir conversaciones auténticas con sus públicos y en conectar emocionalmente con ellos.
Los emprendedores que miran la comunicación como una herramienta táctica de promoción se quedan en la superficie. Los que la entienden como una vía para compartir su propósito, para construir comunidad y para crear sentido, son los que tienen el potencial de dejar un legado duradero.
Aquí, la resiliencia y la comunicación estratégica se cruzan de forma decisiva. Adaptarse a nuevos mercados implica no solo ajustar procesos productivos o estrategias comerciales, sino también repensar cómo contamos nuestra historia. Implica tener la capacidad de escuchar a nuevas audiencias, entender sus necesidades y mantener la autenticidad en cada mensaje.
El emprendimiento que aspira a trascender debe comprender que, más allá de exportar productos o servicios, está exportando una visión, una identidad. Y para hacerlo exitosamente, la marca debe tener un propósito sólido, una cultura organizacional coherente y una narrativa que conecte emocionalmente en cualquier geografía.
En tiempos donde los consumidores son más críticos, informados y exigentes que nunca, las marcas que logren combinar resiliencia, propósito y estrategia de comunicación serán las que conquisten no solo mercados, sino corazones.
Hoy más que nunca, construir una marca con propósito no es una opción. Es una necesidad estratégica para sobrevivir, adaptarse y dejar huella en un mundo hiperconectado. Celebrar el espíritu emprendedor es también celebrar la capacidad de construir mensajes que inspiren, culturas corporativas que se vivan día a día y propósitos que trasciendan generaciones.
Innovar sin perder la esencia es, en definitiva, el verdadero acto de liderazgo que necesitan nuestras marcas para conquistar el futuro. Porque el éxito no es solo llegar más lejos, sino hacerlo con la certeza de que seguimos siendo fieles a lo que nos hizo únicos desde el primer día.