Por Augusto Ayesta
CEO de Trend.pe
Aprovechando el descanso de Semana Santa, leí sobre una tradición sueca llamada Döstädning, que literalmente significa “limpieza antes de morir”. Consiste en ordenar, depurar y deshacerse de todo aquello que no es útil antes de partir, para evitar dejarle esa carga emocional y logística a los seres queridos. La autora Margareta Magnusson, quien popularizó este concepto en su libro “El arte sueco de ordenar antes de morir”, lo explica como un acto de generosidad -y tiene mucha razón en ello. Es una forma de desapego práctico y un regalo a quienes se quedan.
Entonces, me pregunté: ¿y si lo aplicáramos también a nuestra vida digital? Vivimos rodeados de información. No solo la que consumimos, sino la que generamos sin medida y muchas veces sin consciencia. Fotos repetidas, capturas inútiles, videos que nunca veremos, correos que jamás abriremos, cuentas en redes sociales que ya no usamos (¿Alguien dijo Facebook?), y que, probablemente, ni recordamos haber creado. Aceptémoslo: somos acumuladores digitales. Y en algunos casos, sin darnos cuenta, también víctimas del síndrome de Diógenes digital.
No exagero. Un estudio reciente del Instituto TEDKI indica que más del 70% de personas entre 25 y 50 años no han eliminado archivos digitales en el último mes. Y el 90% no logra distinguir qué información es relevante y cuál es prescindible. Guardamos por guardar y acumulamos por miedo a perder algo. Pero no sabemos ni qué. Ni por qué.
Ese comportamiento tiene consecuencias a nivel emocional (el desorden digital también agobia) y ambiental. Porque cada archivo que subimos a la nube, correo que no borramos y memes almacenados, requieren un servidor siempre en funcionamiento. Y esos servidores, aunque invisibles para nosotros a nivel de usuario, consumen energía, generan calor y necesitan refrigeración constante. Se estima que las TIC ya representan entre el 1.5% y el 3.2% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Una cifra que no para de crecer.
Recientemente, se hizo viral la polémica sobre el consumo de agua de ChatGPT. Se reveló que una conversación sencilla, de 20 a 50 preguntas, puede consumir medio litro de agua. ¿Por qué? Porque los servidores que sostienen la IA requieren sistemas de enfriamiento. Y si pides una imagen generada por IA, el consumo se eleva hasta cinco litros. Es más fácil pedir, más rápido obtener, pero más costoso para el planeta. Silenciosamente, nuestra actividad digital también deja huella, y no es precisamente la más ecológica.
Frente a esto, la pregunta es inevitable. ¿Qué estamos dejando flotando en el ciberespacio? ¿Quién se hará cargo de nuestra identidad digital cuando ya no estemos? ¿Y qué pasará con todo lo que almacenamos, posteamos, compartimos y olvidamos?
Hoy existen soluciones: desde apps para desuscribirse de correos o cerrar cuentas, hasta la posibilidad de designar a un contacto de legado en plataformas como Facebook o Google. Incluso en algunos países, como España, el testamento digital ya tiene reconocimiento legal y puede formalizarse ante notario. Es una herramienta que permite decidir qué hacer con tus activos digitales: desde correos, redes sociales y suscripciones, hasta criptomonedas o dominios web.
Tampoco se trata de volverse paranoico y ponerse a borrar todo como locos, pero sí de empezar a gestionar con criterio lo que guardamos; de revisar nuestras fotos, archivos y cuentas, y entender que cada mega usado cuenta. Porque aunque lo digital parezca etéreo, en algún lugar físico está ocupando espacio y consumiendo recursos.
También es una cuestión de reputación. Porque así como cuidamos nuestra imagen profesional y nuestras relaciones en vida, deberíamos pensar cómo queremos ser recordados en lo digital. Qué historias quedarán, casi para siempre. Qué registros hablarán de nosotros y qué legado dejaremos.
En el fondo, hacer un Döstädning digital es un ejercicio de responsabilidad con uno mismo, con los demás y con el entorno. Es asumir que la vida (también la digital) tiene un final, y que ordenar antes de ese momento puede ser un acto de verdad liberador.
Quizás no podamos reducir el impacto de todas las industrias, pero sí podemos empezar con nuestros propios hábitos. Eliminar los correos innecesarios, limpiar nuestra galería, revisar qué compartimos y pensar antes de subir todo a la nube. Toca preguntarnos si realmente necesitamos guardar todo.
Porque en este mundo hiperconectado, la sostenibilidad no empieza únicamente cambiando un foco o reciclando plástico; también puede iniciar con un clic y archivo menos y con un acto consciente más.
¿Ya pensaste en tu Döstädning digital?