Por: Juan José Sandoval.
No cabe duda que la campaña electoral se juega en las calles, pero también en los teléfonos celulares. A falta de argumentos para dialogar, bien funciona el ataque bajo, seguido de un animado respaldo cibernético.
Hoy en día les llaman ‘dibujitos’, aquellas cuentas ‘troll’ que siguen al líder en sus transmisiones de actividades públicas. Aplauden al político, le ponen ‘emoticones’ y frases sistematizadas que le activan el algoritmo de la popularidad.
Podemos ver a políticos empoderarse bajo un liderazgo gaseoso y digitalmente peligroso, condicionando a sus seguidores: obras a cambio de ‘likes’.
Estamos viviendo un nuevo poder que va más allá de convocar a un ‘sobrinity manage‘ para que se encargue del social media.
Ahora los equipos de comunicación necesitan ingenieros computacionales, lingüistas de programación o especialistas en la implementación de una ‘granja de bots’, para garantizar el éxito político de su campaña.
Uno puede pensar que es un tema inofensivo el percatarse de la presencia de cuentas robot, que responden a los ataques al mismo nivel procaz que se ejerce en las redes. Total, los ‘bots’ no votan. Pero los ‘trolls’, sí.
Un ‘troll’ puede ser una cuenta falsa que ha sido creada de forma sistemática a través de un software, como también puede ser hecha por una persona de carne y hueso que no desea ser reconocida por sus mensajes.
Sin embargo, también hay ‘trolls’ con nombre propio, que se sienten orgullosos de quiénes son y de las cosas que publican en redes. A ellos, las redes sociales los han sumergido en una relación de adicción, donde llegan a crear (y creer) un mundo en la cual sus opiniones son validadas, aplaudidas y, de paso, restregadas en la cara de quienes piensan distinto, y son etiquetados.
Estos ‘trolls’ juegan un rol importante tanto en el plano cibernético como en el plano terrenal. Por un lado, desarrollan un discurso frontal y unidireccional. Consideran que la verdad es una sola y es la que les ha hecho creer su candidato preferido a cambio de un táper, de una gorrita o un menú.
Y como si fuera un milagro de la ciencia, estas cuentas ‘troll’ se transforman en seres humanos que aparecen en manada, con banderas, bocinas y altavoces, frente a alguna sede del Poder Judicial cuando han citado a su líder político, y claman inocencia con indignación. O sabotean presentaciones de libro, cuyos autores tuvieron la mala suerte de pensar distinto a ellos.
El ser humano que ha tenido el infortunio de nacer en esta hermosa tierra del sol, debe entender que la innovación tecnológica juega también para los corruptos.
Es vital para nuestro futuro como país, que debamos aprender a diferenciar al ‘troll’, al ‘bot’ y al votante, aunque se comporten de la misma manera.




































