Por: Eduardo Venegas, gerente corporativo de Comunicación y Sostenibilidad de Industrias San Miguel – ISM
En un contexto global marcado por la urgencia climática, la expectativa social hacia la responsabilidad corporativa, y la necesidad de economías resilientes, la sostenibilidad ha dejado de ser un simple “valor agregado” para convertirse en un eje fundamental de la estrategia empresarial. Hoy más que nunca, las organizaciones que aspiran a perdurar y prosperar en mercados altamente competitivos deben comprender que integrar prácticas sostenibles a lo largo de todos sus procesos no solo es una responsabilidad ética, sino una poderosa oportunidad para crear valor compartido.
En este escenario, resulta imprescindible hablar de sostenibilidad económica, no solo como un componente de la agenda ambiental o social, sino como un pilar estratégico para el desarrollo de negocios viables y competitivos. Lejos de ser un concepto abstracto o un mero discurso, implica tomar decisiones empresariales que generen beneficios financieros al tiempo que se protege el medio ambiente y se fortalece el tejido social. Esto requiere una visión integral que conecte cada eslabón del negocio, desde el abastecimiento responsable de materias primas, pasando por procesos productivos eficientes y limpios, hasta la gestión ética de las relaciones con colaboradores, clientes y comunidades, bajo una misma premisa: hacer las cosas bien para lograr resultados duraderos.
El desafío, sin embargo, radica en transformar esa visión en acción. Para muchas empresas, la sostenibilidad ha sido entendida históricamente como un componente aislado dentro de las áreas de responsabilidad social, desvinculado de los objetivos estratégicos del negocio. Esta perspectiva fragmentada limita su verdadero potencial; integrar la sostenibilidad en el núcleo de la estrategia corporativa significa alinearla con el propósito, las operaciones y las metas de crecimiento, de modo que cada decisión empresarial sea también una decisión sostenible.
En este sentido, la sostenibilidad se convierte en una palanca de competitividad. Según cifras del Pacto Mundial, el 84% de las empresas considera la sostenibilidad como una ventaja competitiva. Y no es difícil entender por qué. Los consumidores, cada vez más informados y exigentes, valoran a las marcas que demuestran un compromiso auténtico con el entorno. Los inversionistas priorizan empresas que gestionan adecuadamente sus riesgos ambientales y sociales, reconociendo en ellas una menor exposición a contingencias y una mayor capacidad de innovación. Y las propias cadenas de suministro globales están migrando hacia modelos que privilegian a proveedores sostenibles, creando un efecto multiplicador en toda la economía.
En línea con un análisis de KPMG, el concepto de valor compartido, propuesto por Michael Porter y Mark Kramer, sintetiza esta visión de manera ejemplar. Las empresas que generan valor compartido buscan simultáneamente mejorar su competitividad y resolver problemáticas sociales o ambientales. En lugar de ver las necesidades sociales como una carga, las integran en sus modelos de negocio como fuentes de oportunidades: optimizan recursos, desarrollan nuevos productos y servicios, abren mercados inexplorados y fortalecen su reputación. Así, el crecimiento económico y el progreso social dejan de ser objetivos contrapuestos y se convierten en motores complementarios.
La verdadera sostenibilidad desafía a las empresas a replantearse su papel en la sociedad desde una perspectiva de largo plazo. Ya no se trata solo de adaptarse a las demandas del presente, sino de anticiparse a los cambios estructurales que definirán la competitividad futura. Las organizaciones que asuman este desafío con visión estratégica entenderán que el éxito empresarial ya no se mide únicamente por los resultados financieros, sino por la capacidad de generar prosperidad colectiva en armonía con su entorno.
Porque, al final, la sostenibilidad no es solo el camino hacia un futuro mejor: es la única vía para garantizar la continuidad y el éxito de los negocios en el presente.