Por: Chanel Serpa, Country Manager de Bigbox Perú
Hoy, retener al talento ya no depende solo del salario ni de la promesa de crecimiento. Depende de cómo se hace sentir a las personas. En un mundo corporativo donde la retención y motivación del talento se han convertido en prioridades estratégicas, vale la pena mirar a lo que el neuroliderazgo viene advirtiéndonos: el cerebro responde con mayor intensidad cuando experimenta emociones positivas, libertad de elección y conexión social.
No es solo teoría. Lo que realmente impulsa a las personas a dar lo mejor de sí en el trabajo no siempre es un bono o una gratificación económica. Es una vivencia que conecta, representa y recuerda.
Entonces, ¿qué buscan hoy los colaboradores? Sentirse valorados, quieren que lo que reciben refleje quiénes son, qué les gusta y cómo viven. Según Gallup, el 74% de los colaboradores que se sienten reconocidos con frecuencia están más comprometidos. Ese compromiso se construye día a día, no se compra.
Por eso, las experiencias están transformando la forma en que las empresas reconocen a sus equipos de trabajo. Este tipo de incentivos, no solo premian el desempeño, sino que generan recuerdos memorables, emociones genuinas y fortalecen el vínculo emocional con el lugar de trabajo. Y en un mercado que es cada vez más exigente, eso vale más que tazas y lapiceros con logo.
A diferencia de regalos físicos o bonos, que con el tiempo se olvidan o gastan sin emoción, las experiencias se viven y recuerdan. No es solo el spa, la comida o el viaje, es lo que sucede durante y después: compartir, salir de la rutina, reconectar y tener algo que contar con aprecio.
Una experiencia bien elegida no solo genera gratitud, sino que construye lealtad emocional y es aquí cuando entra un elemento clave: la libertad de elección. Cuando el colaborador puede escoger una recompensa que se alinee con sus gustos como una cena especial o una escapada de fin de semana, se activa su sentido de autonomía y se convierte en protagonista de algo que lo apasiona y lo saca de la rutina del trabajo.
En el Perú, las preferencias de los colaboradores son claras: gastronomía, porque comer bien es disfrutar la vida; bienestar, porque una pausa real vale más que mil cafés en la oficina; y escapadas o aventuras, porque desconectarse y conectar con la naturaleza es el nuevo lujo. Además, ganan terreno experiencias como clases de cocina, catas de vino o vuelos en globo.
En el sector tecnológico, por ejemplo, una empresa reemplazó las canastas de fin de año por experiencias. El resultado fue una mayor satisfacción interna y un clima laboral lleno de historias como “Llevé a mi papá a su restaurante favorito” o “Hice algo solo para mí, sin culpa”. Aquí está el verdadero valor: el reconocimiento deja de ser transaccional, se vuelve emocional y se convierte en cultura.
Finalmente, ¿cómo empezar a transformar la experiencia del colaborador? Cambiando el chip: entender que el salario atrae, pero la emoción retiene. La clave es hacerlo viable, auténtico y escalable. Por eso, cada vez más empresas apuestan por un reconocimiento significativo, porque los colaboradores no quieren cosas, sino sentirse valorados y conectados. Ahí las experiencias marcan la diferencia: motivan, crean vínculos, fortalecen culturas e inspiran.