Por: Cristina Quiñones, CEO de Consumer Truth
Siempre he creído que, para entender al Perú, no basta con mirar cifras económicas o balances financieros. Hay que mirar a la gente. Escuchar sus historias. Sentir sus miedos y ambiciones. Por eso, cuando desde Consumer Truth analizamos la Psicología del Dinero del peruano —a través del Estudio Destape Regional y diversas investigaciones culturales— descubrimos algo que cambió mi manera de ver la industria financiera: el dinero, para el peruano, no es transacción; es transformación.
Y lo digo con absoluta convicción: si las marcas financieras siguieran mirando al dinero solo como un número, seguirían perdiendo la oportunidad de conectar con la emocionalidad, la identidad y la cultura de millones de personas que lo viven de un modo mucho más profundo.
El peruano no persigue dinero: persigue libertad
Cuando preguntamos en nuestras investigaciones culturales qué significa “tener dinero”, casi nadie responde con una cifra. Responden con un sueño. Con una puerta que se abre.
El 70% de peruanos asocia el éxito con poder comprar lo que quiere; 65% con viajar; y 51% usaría un ingreso extra para invertir en un negocio propio. No para gastar: para avanzar.
Por eso repito siempre: el dinero es movilidad mental, emocional y geográfica. Es autonomía. Es ese “yo mismo soy” que resume nuestra filosofía cotidiana.
Y aquí la industria financiera aún tiene una deuda: dejar de hablar de tasas y empezar a hablar de proyectos de vida. Dejar de vender billeteras digitales y comenzar a habilitar sueños.
El hambre de negocio es parte del ADN peruano
Si algo confirma el estudio es que el peruano emprende por necesidad, por ambición y por orgullo. El 51% quiere iniciar un negocio propio, y en ciudades como Chiclayo, los adultos entre 36 y 45 años son los emprendedores más vibrantes del país.
Pero lo fascinante es cómo cambia el significado del emprendimiento en cada región:
- En el Norte, emprender es alegría familiar.
- En el Sur, es dignidad.
- En el Centro, es estabilidad.
- En el Oriente, es sustento colectivo.
¿No es hora de que los productos financieros reflejen esa diversidad? ¿De que dejemos de ofrecer “microcréditos” y empecemos a ofrecer “capital para tu libertad”? El peruano no quiere tecnicismos. Quiere sentirse reconocido.
Modernidad sí, pero sin perder la raíz
El peruano quiere progreso, pero uno con rostro humano. El 92% asocia progreso con educación y servicios básicos. Sin embargo, rechaza lo frío, lo distante, lo elitista.
Por eso digo que nuestra modernidad deseada no es tecnológica: es afectiva. Queremos apps simples, cálidas, que entiendan nuestras vidas líquidas, nuestros horarios cambiantes y nuestros ingresos variables. No queremos sentirnos torpes; queremos sentirnos capaces.
Menos floro técnico. Más simplicidad emocional.
La creatividad como moneda nacional
Pocas cosas me inspiran tanto como la recursividad peruana. El “yapero”, el “agente al paso”, el delivery improvisado. No son improvisación: son ingeniería popular en acción.
En un país de escasez material y abundancia mental, el dinero no crece por capital: crece por ingenio. Las soluciones financieras deberían aprender de esta filosofía. Ser móviles, fáciles, frugales y, sobre todo, adaptadas a ese emprendedor que hace de cualquier esquina una oportunidad.
El dinero como cuidado: la economía femenina del afecto
Hay algo profundamente hermoso en la manera en que muchas mujeres peruanas entienden el dinero. No lo ven como un fin, sino como una herramienta para progresar y —sobre todo— cuidar.
En Juliaca, una mujer me dijo una frase que nunca olvidé: “Yo puedo parir el dinero”. Y tenía razón. Ellas estiran, multiplican y dan propósito al dinero. Se lo cargan al hombro: “Si tenemos televisor es por mí… si tenemos segundo piso es por mí”.
No envían 800 soles: envían “tu cariñito, tu aumentito, tu yapita”.
Esa economía del afecto no es menor: es cultura financiera en estado puro.
Y sin embargo, ¿cuántas veces la industria las invisibiliza?
La simplicidad crea confianza
En un país donde “esperar no basta, hay que salir a encontrar”, la tecnología no es lujo: es justicia. Pero solo funciona si simplifica.
El peruano no quiere apps inteligentes. Quiere apps que lo entiendan.
En un país de movilidad social real, de ingresos variables y negocios ambulantes, la tecnología debe adaptarse. Debe reducir pasos, hablar en lenguaje cotidiano, ponerse en el ritmo del emprendedor que vende, corre, ahorra y avanza sin pausas.
La reciprocidad como filosofía económica
En un país marcado por el ayni, la minka y las lógicas de padrinazgo, el dinero no crece si no circula. La reciprocidad es la base del progreso peruano.
Lo veo todos los días: el peruano no espera que los bancos lo “eduquen”. Espera que aprendan de él. De su resiliencia, su creatividad callejera, su ambición sin culpa.
De su filosofía inquebrantable:
“Jodido, pero no vencido.”
“Si tu cliente no gana, tú no tienes derecho a ganar.”
El ecosistema financiero no solo debe digitalizarse. Debe culturalizarse.
Hacia un nuevo storytelling financiero: más humano, más peruano
Si algo hemos aprendido estudiando la Psicología del Dinero en el Perú es que ya no basta con hablar de inclusión. Hay que hablar de pertinencia cultural.
Las marcas financieras necesitan dejar de ver consumidores y empezar a ver personas. Personas que avanzan, que luchan, que sueñan. Personas que no quieren ser “educadas”, sino valoradas.
El dinero, para el peruano, no es frialdad matemática. Es movilidad, afecto, ambición y comunidad. Mientras la industria siga atrapada en números, el Perú seguirá avanzando sin ella. Necesitamos más marketing con calle, y ciertamente menos Lima y más Perú.



































