Por: Carlos Silva, jefe de comunicaciones de Arcos Dorados Perú
La inteligencia artificial ha abierto una era de posibilidades ilimitadas para el marketing: procesos más rápidos, segmentación más precisa, experiencias de compra más fluidas y decisiones respaldadas por datos en tiempo real. Sin embargo, mientras la tecnología avanza y las máquinas aprenden a imitar patrones humanos con una velocidad sorprendente, surge un desafío: ¿cómo evitar que las marcas pierdan la calidez, la intuición y la sensibilidad que las vuelven significativas para las personas? La eficiencia tecnológica aporta valor, pero no necesariamente sentido.
Hoy, la IA nos permite entender al consumidor a un nivel de profundidad que antes era imposible. Sus hábitos, trayectorias, motivaciones e incluso sus fricciones quedan registradas y transformadas en información accionable. Pero los datos, por valiosos que sean, no capturan las emociones que acompañan cada interacción. No explican por qué un cliente conecta emocionalmente con una marca, ni reemplazan la creatividad y la empatía que solo las personas pueden aportar. El insight sigue naciendo de una lectura humana del contexto, de interpretar aquello que no está dicho en los números.
Mientras los consumidores se mueven entre múltiples pantallas, plataformas y puntos de contacto, crece también su expectativa por relacionarse con marcas que se comporten como aliados auténticos y no como sistemas automatizados. Quieren eficiencia, pero también una voz cercana. Quieren personalización, pero no respuestas que suenen genéricas o mecánicas. Esta dualidad exige que las marcas prioricen la coherencia y la sensibilidad en cada interacción, más allá del canal o la herramienta utilizada.
El reto entonces no es elegir entre tecnología o humanidad, sino diseñar experiencias que integren lo mejor de ambos mundos. La IA puede ser el motor que optimiza procesos, predice comportamientos y amplifica capacidades. Pero son las personas quienes deben guiar su uso con criterio, creatividad y propósito, asegurándose de que cada mensaje, cada interacción y cada decisión refleje la esencia de la marca. Una experiencia verdaderamente memorable ocurre cuando la eficiencia tecnológica se combina con una mirada empática que entiende realidades, emociones y contextos.
En una era en la que las herramientas tecnológicas se democratizan y se vuelven cada vez más accesibles, la verdadera diferenciación no estará en quién utilice más algoritmos, sino en quién sea capaz de usarlos sin sacrificar su autenticidad. Las marcas que logren mantener la sensibilidad humana (aun cuando operen con altos niveles de automatización) serán las que construyan vínculos más sólidos, más duraderos y más relevantes.
Las máquinas seguirán aprendiendo y perfeccionando lo que hacen. El reto es que las marcas sigan sintiendo y perfeccionando lo que son.




































