La COP30 en Belém terminó con un acuerdo débil, con presiones fuertes y con un debate más visible que nunca sobre el rol del sector privado en la acción climática. Más allá del texto final, que dejó fuera cualquier hoja de ruta para abandonar los combustibles fósiles, la cumbre dejó señales importantes para empresas en Latinoamérica y especialmente en Perú. Qué se viene, qué implica y dónde están las oportunidades y los riesgos.
Lo bueno, un giro de foco que impacta a las empresas
La elección de Belém como sede no fue estética. La COP en la Amazonía obligó a centrar la conversación en bosques, biodiversidad y justicia territorial. Para la región, este cambio no es menor, ya que convierte a América Latina en protagonista de un debate que suele mirarse desde fuera.
El protagonismo indígena también marcó la cumbre. Sus demandas subieron de volumen y atravesaron plenarias, pasillos y negociaciones. Aunque su incidencia formal sigue siendo limitada, su peso simbólico y político aumentó, algo que las empresas no pueden pasar por alto.
El avance más concreto fue el compromiso global de triplicar el financiamiento destinado a adaptación. No resuelve la brecha entre necesidades y recursos, pero sí abre un espacio operativo para soluciones en agua, agricultura, infraestructura, seguros, energía distribuida y tecnología climática.
Finalmente, más de 80 países presionaron por empezar a trazar una salida de los combustibles fósiles. El resultado no lo refleja, pero la discusión dejó de ser marginal.
Lo malo, incertidumbre que afecta la toma de decisiones empresariales
La COP30 evidenció las limitaciones del sistema multilateral. La ausencia de Estados Unidos a nivel político redujo el margen de ambición y debilitó las negociaciones.
Hubo avances técnicos mínimos en metano, agricultura y reducción acelerada de emisiones. En un contexto de emergencia climática, los avances modestos se sienten como retrocesos.
La presencia indígena no se tradujo en acceso real a los espacios donde se redactan los textos finales. Esto mantiene un ciclo conocido, mucha visibilidad y poca incidencia, que genera tensiones sociales que las empresas de infraestructura, minería, energía y agroindustria ya conocen muy bien en la región.
Un incendio que obligó a suspender un día de actividades sumó incertidumbre y dejó en evidencia fallas logísticas en un momento crítico.
Y el acuerdo final fue calificado como débil por múltiples delegaciones. Demasiada dependencia de compromisos voluntarios para un problema que requiere reglas claras.
Lo peor, la ausencia total de una hoja de ruta fósil
La expectativa central era una, abrir el camino hacia la eliminación progresiva de los combustibles fósiles. Nada de eso quedó en el acuerdo final. No hubo hoja de ruta, no hubo plazos y ni siquiera hubo una referencia clara a petróleo, gas o carbón.
Para las empresas, esto tiene dos efectos directos.
Primero, las reglas seguirán siendo inciertas a nivel local, pero la presión regulatoria internacional seguirá aumentando igual, especialmente desde Europa y Asia.
Segundo, los inversionistas ya no miran declaraciones, miran acciones. Y un acuerdo débil no cambia el hecho de que el mercado exige transición, trazabilidad y reducción real de emisiones.
Lo antagónico, la influencia fósil como fuerza interna de bloqueo
Más de 1.600 personas vinculadas a la industria de los combustibles fósiles estuvieron acreditadas en la COP30, una cifra superior a la de la mayoría de delegaciones nacionales. Su influencia se hizo evidente en cada iteración del borrador final, donde cualquier referencia contundente a la transición fósil desapareció.
Para Latinoamérica y Perú, esto deja dos lecciones.
La primera, no habrá transición sin resistencia, especialmente en economías con fuerte peso de la minería y los hidrocarburos.
La segunda, las empresas que apuesten temprano por diversificación y transición ganarán ventaja competitiva, en especial en energías renovables, movilidad eléctrica, agricultura sostenible y gestión de riesgos climáticos.
Lo que deberían preparar las empresas de cara a la COP31
La COP31, que ya carga con las deudas de Belém, será clave para reencauzar lo que quedó pendiente. Para las empresas de la región, esto significa prepararse para un escenario más exigente.
1. Mayor presión por reportes y transparencia climática
Incluso si los gobiernos avanzan lento, el mercado no. El reporte de emisiones, riesgos climáticos y planes de transición será cada vez más obligatorio.
2. Nuevas oportunidades de financiamiento
La expansión de fondos para adaptación y resiliencia abrirá espacio para proyectos locales con impacto real. Perú, con vulnerabilidad alta y brechas grandes, tiene mucho por ganar.
3. Exigencias crecientes sobre cadenas libres de deforestación
Las exportaciones peruanas en café, cacao, frutas y maderas necesitarán trazabilidad completa para entrar a mercados exigentes.
4. Mayor escrutinio territorial y social
La narrativa indígena y de justicia climática será protagonista en la COP31. Las empresas que no integren diálogo, consulta y evidencia enfrentarán más riesgos.
5. Una demanda clara de compromisos empresariales reales, no declarativos
Las empresas deberán demostrar avances medibles, no solo discursos de intención.
La COP30 no ofreció un camino definitivo, pero sí dejó señales potentes para las empresas. La región, y Perú en particular, no pueden esperar a que se definan reglas perfectas. El clima ya cambió, los mercados ya cambiaron y las expectativas también.
Quien actúe ahora tendrá ventaja. Quien espere claridad para tomar decisiones llegará tarde.
Y en la COP31, esa diferencia quedará aún más expuesta.





































