Por Willard Manrique, CEO del Grupo Crosland y especialista en dirección comercial por el PAD.
En el mapa global del consumo, América Latina ha dejado de ser solo el origen de los granos que abastecen al mundo para convertirse en un terreno fértil para la expansión del negocio cafetero. Su potencial no reside únicamente en la producción, sino en el cambio cultural y económico que atraviesa la región: una clase media en ascenso, un consumidor más exigente y una generación joven que busca experiencias, no solo productos.
De acuerdo con Euromonitor (2025), el mercado latinoamericano de café crecerá en promedio 4,7% anual entre 2025 y 2028, impulsado por la urbanización, el auge del consumo fuera del hogar y la proliferación de cafeterías especializadas. En ciudades como Ciudad de México, Lima, Bogotá o São Paulo, el café se ha transformado en un ritual social y en una excusa para la conexión humana, una dinámica que redefine el rol de las marcas en el día a día de los consumidores.
Pero la expansión va más allá del consumo cotidiano. Según la International Coffee Organization (2025), América Latina concentra más del 55% del café que se produce en el mundo, y los países de la región han comenzado a capturar mayor valor dentro de la cadena: exportan con trazabilidad, impulsan sellos de sostenibilidad y desarrollan ecosistemas propios de tiendas. Detrás de esas cifras hay una señal clara: la región ya no exporta solo materia prima, sino también valor y cultura.
En ese contexto, las grandes cadenas internacionales y las cafeterías de origen local compiten por conquistar al mismo consumidor: uno que combina afinidad cultural con exigencia de servicio. Mientras las primeras buscan adaptarse a formatos más sostenibles e inclusivos, las segundas capitalizan identidad, cercanía y autenticidad. Ambas, sin embargo, enfrentan el mismo desafío: lograr que la experiencia tenga sentido más allá del producto.
En el caso peruano, el crecimiento del consumo de café abre una oportunidad clara para todas las marcas. El mercado local, valuado en más de US $700 millones -según Euromonitor-, se ha duplicado en la última década, y la competencia ya no se define solo por precio, sino por propuesta de valor y coherencia con el propósito de marca.
Un sondeo de Kantar (2025) refleja que el consumidor latinoamericano está dispuesto a pagar más por marcas que integren propósito, sostenibilidad y experiencia, especialmente en categorías premium y de indulgencia. Esa combinación explicaría por qué la región se ha convertido en una oportunidad doble: crecimiento y conexión cultural.
Hoy, Latinoamérica representa un mercado estratégico no solo por volumen, sino por significado. A diferencia de Asia, donde la expansión se apoya en el consumo masivo, el crecimiento aquí se sostiene en la afinidad cultural y la diferenciación de experiencia. En esta parte del mundo, el café es conversación, pausa y pertenencia. Y en ese territorio emocional -donde confluyen tradición, sostenibilidad y comunidad- las marcas encuentran su mejor oportunidad: pasar de vender café a construir cultura.



































