Por: Eduardo Venegas, gerente corporativo de Comunicación y Sostenibilidad de Industrias San Miguel (ISM)
En los últimos años, el concepto de propósito empresarial ha evolucionado de ser un simple eslogan inspirador a convertirse en un eje estratégico para muchas organizaciones. Pero su verdadero valor no se mide en tiempos de calma, sino en momentos de crisis, cuando se deben tomar decisiones que ponen a prueba los valores corporativos.
Es en esos puntos de quiebre donde se revela la identidad de una organización. Elegir entre mantener principios aun con costos financieros o ceder a la conveniencia inmediata marca la diferencia entre construir confianza o erosionarla. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es hoy la moneda más valiosa.
En América Latina, con sus entornos empresariales complejos, el propósito se transforma en brújula estratégica. Estudios como el State of Corporate Purpose 2025 muestran que el 88 % de los líderes lo consideran esencial para enfrentar desafíos futuros. A su vez, la King’s Business School confirma que las empresas con propósito claro crecen tres veces más rápido.
El reto está en la transparencia. No basta con prometer: las audiencias esperan evidencias medibles. En un mundo donde la información circula en segundos, incumplir un compromiso se traduce en pérdida inmediata de confianza. Por el contrario, aquellas compañías que perseveran en su propósito fortalecen su reputación, atraen talento y fidelizan clientes.
Actuar con integridad quizá no sea lo más rentable en el corto plazo, pero sí lo más inteligente para asegurar legado. Los momentos de crisis no destruyen a las organizaciones; revelan su esencia. Y las que los atraviesan con firmeza y coherencia consolidan su reputación a largo plazo.
En definitiva, no son los discursos los que definen a una empresa, sino sus decisiones en los momentos críticos. La confianza se construye cuando los valores se ponen a prueba, y las empresas con propósito claro emergen como referentes en un mundo incierto.