Por Augusto Ayesta, CEO de Trend.pe
La reputación corporativa se está transformando con la llegada de la IA. La coherencia y la gobernanza ética son ahora el pilar de la confianza, un requisito indispensable para la innovación. En este nuevo escenario, la ventaja competitiva esencial ya no reside en la tecnología, sino en la solidez de la reputación.
Hay un consenso silencioso, pero cada vez más evidente, que recorre a los líderes empresariales: la Inteligencia Artificial no solo está transformando modelos de negocio, procesos o cadenas de valor, sino que está modificando algo más profundo e intangible, aunque decisivo: la arquitectura de la confianza. Y, por extensión, la reputación corporativa.
Lo vi hoy con claridad en la Conferencia Anual 2025 de Corporate Excellence – Centre for Reputation Leadership, un encuentro que reunió a más de 500 profesionales en Madrid y que dejó instalada una tesis contundente que señala que la reputación se ha convertido en la infraestructura que habilita —o bloquea— la adopción estratégica de la IA dentro de las organizaciones. ¿Estamos ante un cambio de época?
Durante décadas, la conversación sobre innovación estuvo centrada en tecnología, código y automatización. Sin embargo, la IA ha fracturado ese paradigma y nos obliga a mirar el futuro con una ecuación distinta. Sin confianza no hay datos; sin datos no hay IA; y sin IA no hay competitividad. Ángel Alloza lo sintetizó en un comentario que todos los comités ejecutivos merecen tener presente: “La buena reputación es determinante para acceder a los grandes volúmenes de datos”. Y es justamente eso lo que cambia las reglas del juego. La reputación deja de ser un resultado del negocio para convertirse en una condición previa. Es la licencia social que permite a las empresas acceder a los datos que necesitan para entrenar modelos, personalizar servicios, anticipar crisis, mejorar productos y competir en un mercado donde el dato es la nueva moneda. ¡Sin confianza no hay nada!
Si hubo una idea transversal en las intervenciones de Alloza, Clara Fontán, Genís Roca y los demás panelistas, es que la IA será tan tecnológica como se quiera, pero su impacto es profundamente humano. Fontán lo expresó de forma extraordinaria cuando afirmó que “procesar no es sinónimo de saber leer”. La IA procesa, pero la empresa interpreta; y la reputación es la que da sentido. Por eso, el reto real no es instalar herramientas, sino construir marcos éticos, establecer modelos de gobernanza, asegurar la transparencia y mantener criterios de supervisión humana. Marcos Fraga, de Repsol, lo llevó más lejos: la revolución que vivimos no es tecnológica; es cultural y ética. Las preguntas ya no giran en torno a cuánta IA usar, sino a cómo la usamos, con qué valores, bajo qué principios y con qué propósito. La sostenibilidad de la IA depende, sobre todo, del liderazgo que la gobierna.
Genís Roca, arqueólogo de profesión, explicó que la IA no es un meteorito inesperado, sino la tercera gran transformación digital. La primera fue corporativa —los ERP, SAP, la automatización interna—. La segunda fue relacional —el CRM, las redes sociales, la interacción a escala—. La tercera, la actual, es de datos en tiempo real, toma de decisiones algorítmica e inteligencia artificial generativa. Pero su frase más poderosa fue otra: “En la era de la inteligencia artificial, la ventaja competitiva viene de la reputación, no de la tecnología”. Cuando los modelos se vuelven accesibles, y el software se convierte en commodity, la diferenciación no la marca el algoritmo, sino la credibilidad. Y la credibilidad se construye con coherencia, cultura, narrativa y propósito.
En Iberoamérica, esta afirmación debería encender todas las alertas. Mientras Europa y Estados Unidos discuten gobernanza, ética, trazabilidad y reputación, muchas organizaciones en la región aún tratan la IA como un proyecto meramente técnico. Ese es uno de los errores más costosos que podemos cometer. La IA no es tema del CIO; es tema del CEO, del CCO, del comité ejecutivo y de la junta directiva. La gobernanza reputacional, y no la tecnología, definirá qué empresas compiten y cuáles quedan fuera. Y el dato es preocupante: pese a que un 78,8% de organizaciones reconoce que la reputación ha aumentado su importancia, casi la mitad no trabaja activamente en su gestión. Ese “gap reputacional” no es una omisión: es un riesgo estratégico.
La IA trae oportunidades extraordinarias, pero también amenazas que ya no son teóricas. Los deepfakes que suplantan a un CEO, los sesgos algorítmicos que distorsionan decisiones, la pérdida de confianza por falta de transparencia, la homogeneización del discurso o incluso la deshumanización de la marca son riesgos reales. Y tal vez el más devastador sea el uso irresponsable de datos, que puede erosionar la legitimidad de una organización completa. La fascinación por la velocidad y la eficiencia hace que muchas empresas olviden una verdad incómoda: la IA es poderosa, pero también frágil; depende en última instancia de la confianza de las personas.
Y aquí está otra de las grandes conclusiones: la IA no inventa la reputación, simplemente la revela más rápido. Cuando una reputación es fuerte, la IA la potencia. Cuando es débil, la expone. Bien gobernada, la IA amplifica la excelencia, mejorando la escucha activa, anticipando crisis, personalizando la comunicación y fortaleciendo la experiencia. Mal gestionada, amplifica las incoherencias, acelera los errores, hace visibles las contradicciones y multiplica los efectos de la opacidad y la desconexión.
La lección que me llevo de la Conferencia Anual de Corporate Excellence 2025 es simple, pero determinante y me hace reflexionar sobre la IA como la revolución tecnológica más importante de esta década, pero la reputación será la que decida quién lidere esa revolución.
La tecnología puede automatizar procesos, pero no puede automatizar la confianza. Puede personalizar mensajes, pero no reemplaza la coherencia. Puede procesar datos, pero no puede justificar decisiones. El futuro de las organizaciones se jugará en esa intersección: IA, ética, gobernanza y reputación. Ese es el nuevo marco estratégico y ese es el liderazgo que las empresas deben asumir. Para concluir, fue un placer coincidir en esta gran conferencia con una delegación espontánea de profesionales peruanos de la comunicación. Agradezco haber compartido con Verónika Fernández-Dávila, Milton Vela, mi tocayo Augusto Leiva, Lis Maldonado, Rosa Elvira Figueroa y Sara Santamaría, quienes, desde sus respectivos ámbitos, también se dedican a proteger y cultivar la reputación, el activo intangible más valioso de las empresas de hoy





































