Por: Eduardo Venegas, gerente corporativo de Comunicación y Sostenibilidad de Industrias San Miguel (ISM)
Hablar de propósito se ha vuelto común en el mundo empresarial. Sin embargo, solemos asociarlo únicamente a las compañías, olvidando que todo propósito corporativo se sostiene en algo más profundo: el propósito personal de quienes integran la organización.
Tener un propósito personal claro es como llevar brújula propia en medio de la incertidumbre. No es una frase motivacional; es el eje que guía nuestras decisiones, incluso cuando no son fáciles. En mi caso, mi propósito personal es “comunicar para crear valor”. Esa convicción me permite alinear cada acción con algo que trasciende lo inmediato.
El mejor escenario ocurre cuando ese propósito personal encuentra resonancia en el propósito de la empresa en la que trabajamos. En mi organización, nos mueve “dar todo nuestro espíritu emprendedor para alimentar juntos un futuro próspero”. Esa coincidencia no solo multiplica mi motivación, sino que convierte mi trabajo en una fuente de realización y coherencia.
La fuerza de este vínculo es evidente: colaboradores con un propósito personal fuerte y conectado al de la empresa se comprometen más, innovan más y generan confianza hacia afuera. En un mundo donde la reputación empresarial se construye día a día, contar con líderes que viven su propósito personal es un activo estratégico.
Pero no se trata solo de la organización. Cada directivo y cada colaborador debería preguntarse: ¿cuál es mi propósito? Porque cuando uno lo tiene claro, las decisiones —incluso las difíciles— se toman con mayor integridad y consistencia.
Al final, el propósito personal es la semilla. El propósito corporativo es el terreno fértil. Cuando ambos se encuentran, florece una cultura auténtica, capaz de inspirar dentro y fuera de la empresa. Esa es la verdadera ventaja competitiva en un mundo que demanda confianza y coherencia.