Por Aldo Canchaya
Lo que usamos, lo que compramos, cómo nos movemos, incluso cómo nos comunicamos… todo ha sido pensado, estructurado y moldeado bajo una lógica de diseño.
Franco Pellegrini plantea que el diseño no es solo una cuestión estética, sino una forma poderosa de organización de la vida cotidiana y no solemos notarlo. La fuerza de este libro radica en su claridad para mostrar que el diseño no es exclusivo de expertos o creativos; todos, de alguna forma, somos parte de ese proceso. Y más aún: todos somos afectados por él.
El botón de una app, la forma en que se distribuyen los espacios en una ciudad o el empaque de los alimentos que compramos no son decisiones inocentes. Son elecciones con impacto directo en nuestras emociones, hábitos y relaciones.
Lo cotidiano, dice Pellegrini, está lleno de ideología. Y en ese sentido, leer “El diseño del mundo” es como ponerse un par de lentes nuevos: de repente todo se vuelve más nítido, más cuestionable.
En una era donde la velocidad, el consumo y la superficialidad parecen dominar, este texto es una invitación a detenernos, observar y entender cómo se construye —y quién construye— la realidad que damos por sentada. Porque solo cuando comprendemos el diseño del mundo, podemos empezar a imaginar otro posible.
¿Cómo “El diseño del mundo” impacta en nuestra industria?
Te dejo ejemplos de los dos primeros capítulos: uno sobre el café y otro sobre tecnología. Son siete capítulos en total, por lo que espero te quedes con la curiosidad y leas el libro:
El primer capítulo llamado “Mi historia de amor con el café”, parece un desvío íntimo dentro de este análisis sobre diseño y cultura. Pero ese aparente cambio de tono es, en realidad, una de las jugadas más inteligentes del libro.
A través de un relato personal —cálido, cotidiano, casi confesional— el autor nos demuestra cómo un simple objeto de consumo puede transformarse en un símbolo cargado de significados.
El café, como lo narra Pellegrini, no es solo una bebida: es un ritual, un recuerdo, una emoción. Es infancia, es pausa, es vínculo. Y esta construcción emocional que el autor nos comparte con sinceridad es exactamente la misma que la publicidad ha sabido explotar con maestría durante décadas. Las marcas no venden café; venden hogar, pertenencia, sofisticación, energía, estilo de vida. Cada sorbo tiene una historia detrás, y gran parte de esa historia ha sido escrita por campañas publicitarias que comprendieron, antes que muchos, que lo emocional es una herramienta de diseño tan poderosa como lo visual.
El aroma del café en la mañana, el sonido de la cafetera, la taza favorita: son imágenes que las marcas encapsulan y replican para conectar con nuestras propias experiencias. Y lo hacen tan bien, que muchas veces no distinguimos dónde termina el recuerdo real y dónde empieza la construcción publicitaria.
El segundo capítulo «Bailando en el Apple Store” nos habla de la experiencia en las tiendas, donde todo ha sido diseñado según una lógica precisa… donde todo está bien. Cada elemento, desde el producto, exhibición, medios de pago, personal de atención, etc. está cuidadosamente diseñado para provocar una respuesta emocional en el consumidor. Este enfoque no solo está relacionado con la estética o el diseño físico del espacio, sino también con la creación de una atmósfera que invita al cliente a participar activamente.
Le siguen cinco capítulos más: el propósito de los rulemanes, ¿cómo diseñar una ciudad?, la carrera por el espacio, diseñando un relato y diseñando el universo. Lectura recomendada.