Hace unos días recibí una invitación de un buen amigo para ofrecer una ponencia a un grupo de jóvenes comunicadores y marketeros de una importante universidad local. Días previos estuve preparando la presentación con una idea inicial; sin embargo, cuando empecé a profundizar en el por qué, llegué a una conclusión muy personal sobre nuestra forma de consumir, elegir, confiar y relacionarnos con las marcas.
Entre ese análisis aparecieron dos fuerzas que, sin darnos cuenta, están definiendo el mundo actual: la tecnología y la información. Ambas siempre han estado ahí, pero hoy ya no sólo acompañan: sino que ahora nos condicionan. Cambian hábitos, aceleran ritmos, moldean percepciones. Y lo más importante: transforman sociedades completas.
La tecnología lo aceleró todo. Nos dio inmediatez, scrolls interminables y contenido que se consume en segundos. Si algo no capta nuestra atención de inmediato, simplemente se descarta. Con esa aceleración, el consumidor se volvió más disperso: pasa, mira, pasa, pasa, mira, pasa. No porque no le interese, sino porque el entorno le enseñó a no detenerse, a mantenerse en movimiento y pensar que el que frena pierde.
Las plataformas multiplicaron los espacios para comunicar, sin embargo fragmentaron la atención. No solo dispersaron la atención del consumidor, generaron que la retención sea un verdadero reto. Entonces si eres de los que piensa que por las vacunas te has vuelto más distraído te puedo decir que no, no fueron las vacunas, fue la tecnología.
Así aparece un fenómeno social, los jóvenes están creciendo al ritmo de la tecnología, no al de la vida. Imaginemos a un niño sentado en un parque mirando su teléfono, jugando o viendo videos. Cuando apaga la pantalla, la realidad le parece lenta, aburrida e insuficiente. La segregación de dopamina fue tan alta durante el videojuego que el mundo real no puede competir: la espera me frustra, la calma me desespera, lo de afuera no va a mi velocidad. Ese desfase emocional está afectando la salud mental de los jóvenes, que sienten que van lentos solo porque en la pantalla todo va más rápido. Por eso no se trata de satanizar la tecnología, sino de aprender a convivir con ella. A veces, ante tanta velocidad, lo que más se necesita son pausas.
Esta es una de las razones por las que a muchas empresas les cuesta retener talento. Los jóvenes se aburren rápido o renuncian a los pocos meses. Porque buscan dinamismo, estímulo y movimiento. Horas sentado frente a un monitor les parece eterno. Lo mismo ocurre con la idea de convertirse en padres, porque tener hijos implica detenerse y para muchos detenerse es inaguantable.
Por esta razón las pausas son claves para moldear a nuestras futuras generaciones. El mundo reclama “slowers”, en una sociedad guiada por lo “faster”.
La otra fuerza es la información. Hoy tenemos acceso ilimitado a datos, opiniones, tutoriales, reviews y noticias. Pero mientras más información recibimos, menos creemos. Antes una marca hablaba y con eso bastaba. Hoy el consumidor pregunta, compara, valida, e investiga. Muchas marcas necesitan estar en ese feed sin importar el cómo y sin tener claro el para qué. El exceso de información, en lugar de educar, se ha convertido en una fuente de desinformación, y por ende de confusión. Estamos perdiendo capacidad crítica y analítica, porque las fuentes son infinitas y muchas veces poco confiables.
Circula tanta información (y ahora potenciada con la IA) que la validación y la sustentación toman mayor relevancia. Sin embargo hasta las validaciones pueden ser inciertas, por eso no le hacemos mucho caso a los tres primeros reviews porque esos seguramente los hizo la marca. Entonces caemos en el círculo de validar la validación.
Si el exceso de información lo llevamos a un plano social podemos mencionar que es uno de los gatilladores de nuestro resquebrajamiento en temas de salud mental. ¡Un meteorito destruirá la Tierra! Empiezan a circular en redes: timelapse de cómo se destruye la Tierra, el día siguiente a la devastación, un reconocido científico dice que es el fin. ¿Cómo nos proyectamos? ¿Cómo puede uno detenerse?
El ser humano busca certezas, y cuando no las tiene, aparece la ansiedad. La única forma de contrarrestarla es filtrar, pausar y buscar la verdad.
Con un consumidor acelerado, disperso y desconfiado, el reto para quienes hacemos marketing es enorme. No se trata solo de vender más o producir contenido sin parar esperando que alguno enganche. Se trata de construir marcas honestas, coherentes y humanas. De usar la tecnología sin perder la sensibilidad. Porque la autenticidad ya no es un diferencial bonito para presentar en un pitch: es un mecanismo de supervivencia en un entorno que lo pone todo en duda.
Y esta reflexión no busca frenar la innovación. No estamos en contra del avance tecnológico ni del acceso a la información; al contrario, es sumamente necesario. Lo que proponemos es algo más fino: usar todo esto con criterio y con propósito.
Hacer pausas dentro del fast, buscar profundidad dentro del ruido, construir confianza dentro del exceso. Porque en un mundo que acelera todo, lo que más escasea no es información, sino la calma para creer y confiar.



































