En el Perú, la gente no quiere escuchar tecnicismos ni promesas que suenan lejanas. Busca relatos que se parezcan a su vida: el vecino que pasa horas en el transporte, la madre que vela por la seguridad de sus hijos, el joven que sueña con un trabajo estable. El storytelling político consiste en eso: darle rostro y emoción a los problemas, para que un candidato deje de parecer distante y se muestre como alguien que comprende la realidad de su comunidad.
Un ejemplo claro es un postulante a la alcaldía que no solo promete mejorar la seguridad, sino que comparte cómo vivió un robo o cómo vio a su barrio organizarse frente al miedo. Esa experiencia convierte un discurso frío en un relato humano, capaz de generar identificación: “A mí también me pasó, él sabe de qué habla”.
El storytelling cambia la campaña porque transforma la manera de comunicar. No se trata solo de cifras o planes, sino de historias que la gente recuerde y haga suyas. En debates, mítines o redes sociales, la diferencia entre un mensaje que pasa desapercibido y uno que moviliza está en su capacidad de emocionar.
Al final, el impacto real del storytelling está en la confianza. En el Perú, las campañas que logran emocionar son las que terminan movilizando, porque el voto no se da por convicción racional, sino de esa sensación de cercanía: “Él habla como yo, su historia también es la mía”.